Del 16 al 22 de septiembre Europa celebra la Semana de la Movilidad Sostenible y las miradas se centrarán, en buena parte, en los automóviles del futuro.
Los coches, tal y como hoy los concebimos, pierden protagonismo: los motores de combustión y las cuatro ruedas ya no están de moda por los escándalos por manipulación de las emisiones y la criminalización del diésel en el centro de las ciudades. Las tecnológicas entran como estrellas en los foros automovilísticos porque el futuro de la automoción está en sus manos.
El coche del futuro será eléctrico, autónomo y compartido y la tecnología, los servicios en la nube, el Big Data tienen la clave para estos desarrollos. Por mucho que las tecnológicas traten de ensamblar sus propios coches autónomos y las automovilísticas de diseñar sus propios sistemas de conectividad, en este caso, están condenadas a colaborar.
Los vehículos eléctricos tienen muchas bazas para convertirse en la solución de movilidad del futuro. Pero también algunos inconvenientes. La falta de infraestructuras o el elevado precio de los coches son tan solo dos de los frenos que lastran su despegue.
Así, mientras la industria automovilística busca sinergias con las firmas procedentes de la esfera de la tecnología en el desarrollo de sistemas de autopilotaje, el coche eléctrico se percibe a más corto plazo como alternativa al coche de motor de explosión, en parte por ser cero emisiones. En un tiempo de gran concienciación medioambiental y en un escenario de restricciones por parte de las administraciones de grandes ciudades, el desafío de enterrar al petróleo sigue siendo un sueño.
Las ventas de coches eléctricos se han incrementado en el último año un 51,5% en comparación con el año anterior. Importantes marcas del sector se han volcado en la producción de modelos híbridos enchufables y de coches eléctricos, pero la escasa autonomía que consiguen en la actualidad (hay prototipos que alcanzan los 600 kilómetros pero por ahora la media no supera los 200 km), la incertidumbre sobre la disponibilidad de puntos de carga públicos y el alto precio de adquisición en muchos casos son algunos de los principales obstáculos para su mayor implantación.
Además de los vehículos en sí, habrá que hacer un esfuerzo por cambiar la mentalidad de los usuarios. Y es que los coches en propiedad también pasarán a mejor vida. Teniendo en cuenta que sólo se utilizan el 4% del tiempo y que el 80% del viario se dedica al automóvil, la norma, previsiblemente, será compartir coche y pagar por una suscripción mensual.
Los diseños también tendrán que ser inteligentes para adaptarse a las nuevas ciudades. Probablemente el vehículo estándar siga teniendo asientos y ruedas, pero quizá, en lugar de volante, tendrá un joystick y puede que una pantalla sustituya al parabrisas. La fibra de carbono, el aluminio y otros materiales más ligeros y resistentes sustituirán al acero.
Por último, habrá que afrontar con éxito el reto de la ciberseguridad. Uno de los retos fundamentales a los que se enfrenta la conducción hiperconectada es la ciberseguridad. Los recientes descubrimientos de vulnerabilidades en coches de diversos fabricantes han provocado una toma de conciencia real y generalizada de que un coche conectado es también un coche expuesto.
La clave: evolución constante. Las amenazas potenciales de ciberseguridad en el vehículo afectan tanto a la seguridad de la información y la protección de datos de los conductores, como a la propia seguridad del vehículo. Es esencial, por tanto, diseñar los sistemas multimedia del vehículo de manera que puedan ser actualizados con las medidas de seguridad necesarias, según evolucionen los potenciales riesgos u amenazas.